La chicha y la albahaca sosiegan las penas del carnaval. Le anda faltando un empujón del diablo pa’ enamorarla. “Quiero bailar la zamba los dos solitos, para trampearte el alma con mi gualicho. Tu pañuelito blanco busca consuelo, mi corazón lo sigue de vuelo en vuelo...”, canta. Ocurre que el duende está enamorado, sombrero aludo, dele bailar, corta su mano de plomo las algarrobas del carnaval… Un concierto de rococos tal vez arrulla a la primavera salteña de hace un siglo para celebrar la llegada de un changuito que hará de la vida un festín de música, poesía y chanzas.
Gustavo “Cuchi” Leguizamón vio la luz el 29 de septiembre de 1917. Su padre le abrió las ventanas de la música y le develó los misterios del piano. “Cuando era muy chico, tenía meses apenas, estaba muy delgado, Mientras estábamos de vacaciones, se acercó una señora a mi madre y le ofreció unos chanchos. ‘¡Pero están muy flacos! ¡Tan flacos como este cuchi!’, dijo mi mama señalándome. Y ahí nomás me quedó el sobrenombre. Y a decir verdad, me he llevado tan bien con él que estuve a punto de hacer una rectificación en mi partida de nacimiento”.
A los 20 años rumbeó a La Plata a estudiar abogacía, pero la música le silbaba en el corazón. Cantó en un coro y tomó clases de composición. Con el derecho bajo el brazo regresó a Salta. El abrazo con Manuel Castilla alumbró un fértil camino, donde brotaron varias de las mejores piezas del folclore. Y aunque el “Barbudo” fue su compadre de ruta, también se trenzó con Jaime Dávalos, César Perdiguero, Armando Tejada Gómez, Luis Franco, José Ríos, Walter Adet, Juan Carlos Dávalos, Raúl Aráoz Anzoátegui, Hugo Alarcón, Miguel Ángel Pérez, Jacobo Regen y Antonio Nella Castro; se dio tiempo para musicalizar poemas de Pablo Neruda y Jorge Luis Borges. Poco conocidas son sus incursiones como poeta, aunque como letrista ha dado muestras de su sensibilidad, por ejemplo, en la Zamba del Carnaval, Zamba soltera o la Chacarera del Expediente.
Emoción y sabiduría
“La canción popular es síntesis de emoción y sabiduría, mensaje breve pero jamás de menor calidad ni trascendencia frente a las que muchos consideran grandes obras… Llevo mi tierra desde el taco de los zapatos hasta el corazón cuando yo toco o bailo una zamba. Porque es mi música, porque soy un rococo que necesita de un río crecido de zambas”, decía.
Admirador de Erik Satie (le dedicó la Zamba del Espejo), Stravinsky, Schoenberg, Beethoven, creadores, intérpretes y cantantes del jazz como Billie Holiday, Sarah Vaughan, Art Tatum, Duke Ellington, Lalo Schifrin, Enrique Villegas y de la bossa nova como Tom Jobim, el Cuchi era propietario no solo de una cultura musical importante, también la historia y la filosofía habitaron con fervor su intelecto.
“Cuando se ponía a componer el Cuchi se olvidaba del mundo. Por ahí se ponía a trabajar con cuatro notas, hasta que lograba una síntesis exacta de lo que quería. Era muy cuidadoso de la composición, la iba trabajando y puliendo continuamente, de una manera muy inspirada. Estaba en un estado de creación permanente. Podía ir caminando por la calle y estar componiendo, iba silbando, creando un poema, o pensando en algo que tenía que ver con alguna dimensión del arte. Escuchaba las bocinas de los autos y las pensaba como melodías posibles y no como ruidos de la ciudad. Estaba convencido de que los zorzales le contestaban, y era verdad. Se ponía a silbar, y hasta que el zorzal no le repetía el silbido, no paraba”, le contó su hijo Delfín Leguizamón hace unos años al diario Página/12.
En 1965, Leguizamón obtuvo el Primer Premio del Festival Latinoamericano de Salta con La zamba soltera. En 1973, ganó el Gran Premio Sadaic en el género música nativa. En 1980, ganó el Primer Premio en la Cantata Cafayateña, Salta. En 1986 obtuvo el Primer Premio en el Festival de Cosquín, Córdoba, con la zamba Bajo el azote del sol, con letra de Antonio Nella Castro.
Abogado, fiscal de Estado, diputado provincial, profesor de historia, cocinero, narrador de historias, pero, por sobre todo, un músico inspirado y original que dejó profundas huellas en el folclore argentino. Registró en Sadaic 82 obras (hasta 1987). Buena parte de estas composiciones son ya clásicos de nuestra música popular como la Cantora de Yala, Zamba del Carnaval, Balderrama, La Pomeña, Zamba del Pañuelo, Maturana, La Arenosa, Zamba del Laurel, Si llega a ser tucumana, La viuda, Zamba del Silbador, la Chacarera del Expediente y Zamba de Lozano, entre otras.
La injusticia
Agudo observador de la realidad y de la conducta humana, profundo, incisivo, el Cuchi se indignaba con toda manifestación de injusticia y le gustaba apuntar sus dardos contra el imperialismo y el dogmatismo religioso. “Nuestra identidad criolla es irrefutable y es lo mejor que tenemos. Deberíamos estar orgullosos de ser criollos. Buenos Aires ha perdido su identidad. Este país se ha amariconado, eso pasa. No se trata de creer o no en la justicia, sino de imponerla. Parecemos Quijotes desanudando entuertos y defendiendo esta justicia que a espaldas nuestras se mata de risa. La cultura tiene que resolver las grandes cuestiones. A la gente como Videla o Maradona habría que enseñarle, darle mucha educación. Este país está enemistado con la cultura. Un político debe pensar primero en la patria y luego en la política. Si no, estamos liquidados”, afirmaba.
Le costaba salir de su Salta Natal, en sus últimos años se animó a viajar a Alemania y a Francia. “Hacer música no me alcanza para vivir pero me hace vivir. Mirá lo que son las cosas. Antes cuando era abogado vivía de la discordia y ahora de la alegría”, solía decir. Seguramente, los pájaros de su música siguen trinando en la salamanca de la eternidad.